domingo, 31 de agosto de 2008

Brebaje.

Era llevaba un vestido con flores rojas y anaranjadas, blanco, largo y deslumbrante.
Sus ruborizados rizos se hallaban felizmente enredados en hilos de oro, reían y bailaban una suave melodía de violín. Nia miraba a su madre y a las mujeres que con ella, bebían de sus copas el sabroso jugo con su fuerte y atrapante sabor. Era miro a su hija profundamente, vio la inquietud de sus ojos, se acerco a ella y le mostró un largo pasillo, su hija la seguía de cerca. Llegaron a una fuente de mármol, con figuras de dragones y mujeres. Nia algo desconcertada e irónica miro a su madre sin comprender. Era sonrió y, sin palabras adornadas, abrió la válvula de la fuente y lleno una pequeña botella labrada de un liquido color plateado algo opaco. Nia sedienta miro la botella y bebió hasta el fondo. Una risa profunda que nacía desde lo mas profundo de su bajo vientre se desprendió de su boca. Etima alcanzo a su hermana y a su madre, al ver a Nia bebiendo ese extraño liquido y riendo con una risa tan profunda como el mar, se alarmó, como habitualmente lo hace ante cada circunstancia de la vida, e intento detenerla. Era se retiro sin mirar a cada una de sus hijas y sonreír, dio sus rápidos pasos por el pasillo y desapareció entre danzas de polleras y vestidos brillantes. Las dos jóvenes hermanas se miraron, en silencio. Nia, intento convencer a su hermana del delicioso sabor de aquel brebaje y continuo bebiendo y bebiendo y bebiendo… En Etima una fuerte curiosidad en forma de cosquilleo, recorrio su cuerpo y tras sentirse convencida por su inquieta hermana descreída bebió algo del brebaje. Espero, horas, y siguió esperando mas y mas horas y ningún cambio, ninguna sorpresa llego a su alma, mientras Nia continuaba riendo y bailo una profunda danza que duro hasta la noche siguiente.
Al los 2 días, Nia tomo algo de sus cosas, abrazo a su madre y decidió, emprender el camino por la empinada colina que la conduciría hasta lo mas profundo de la tierra. Y Nia sabia que si lograba llegar hasta allí, iba a escuchar los secretos de su corazón, que solo se oyen en aquella profundidad. Etima se entristeció mucho ante la partida de Nia y fue, algo disgustada a ver a su madre. Era le dijo que la confianza en los latidos del corazón despiertan. Y que el solo hecho de no tomar con amor aquella oportunidad de crecer, es un acto de ceguera, ya que es la propia mente la que mueve la existencia de cada ser, de cada mujer y de cada diosa. También afirmo que cada mujer es una misión hecha espíritu y que cada una descubre entre sus secretos aquello que debe suceder.

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